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Lecturas del sexto Domingo del tiempo ordinario PDF Imprimir
Lunes 20 de Febrero de 2012 23:30

Primera. Lectura:  Levítico 13,1-2.44-46

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: “Cuando alguno tenga en su carne una o varias manchas escamosas o una mancha blanca y brillante, síntomas de la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o ante cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un leproso, y el sacerdote lo delarará impuro. El que haya sido declarado enfermo de lepra , traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca  e irá gritando: ¡Éstoy contaminado!¡Soy impuro! Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento”.

 

Salmo responsorial (31)

R/ Perdona, Señor, nuestros pecados.

Dichoso aquel que ha sido absuelto
de su culpa y su pecado.
Dichoso aquel en el que Dios
no encuentra ni delito ni engaño. R/

Ante el Señor reconocí mi culpa,
no oculté mi pecado.
Te confesé, Señor, mi gran delito
y tú me has perdonado. R/

Alégrense con el Señor y
regocijense los justos todos,
y todos los hombres de corazón
sincero, canten de gozo. R/

 

Segunda lectura: 1 Corintios  10,31  a  11,1

Hermanos: Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den motivo de escándalo ni a los judíos, ni a los paganos, ni a la comunidad cristiana. Por mi parte, yo procuré dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino el de los demás, para que se salven. Sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo.

 

Aclamación al Evangelio (Mt 8,17)

Aleluya, aleluya.

Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. Aleluya.

 

Evangelio: Marcos 1, 40-45

En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana”. Inmediata-mente se le quitó la lepra y quedó limpio. Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”. Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a Él de todas partes.